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viernes, 16 de agosto de 2019

Madame Bovary

   Una vez iniciado el descanso real de vacaciones, es decir, fuera de casa y de las obligaciones rutinarias que ello implica (atender a las perras, las plantas y la piscina) descargo de la interminable lista de Gloria para el verano los dos títulos imprescindibles de Flaubert e inicio la lectura del primero con pocas expectativas de sorpresa pues el prólogo de Mario Vargas Llosa ya me destripa prácticamente todo el argumento de un tirón como me pasa últimamente con los trailer cada vez que quiero ver un estreno en el cine.



   Paseando por Badilla de Sayago, pequeña población zamorana donde las haya, entre caminos de tierra y casas de piedra, me intentaba poner en el lugar de Emma para entender como sentía el aburrimiento de la vida en el campo y sus ensoñaciones románticas. Pareciera que el entorno era bastante favorable para su lectura.
   Pero, de momento, me parece que no le he cogido el punto a la historia y eso que voy casi por el 60% y sí, es cierto que Flaubert hace unas muy buenas descripciones, unos símiles y metáforas elaboradas, a veces excesivas para mí (…”la palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando querríamos conmover a las estrellas“) pero insisto, no me resulta un libro que enganche tanto como prometía el señor Vargas Llosa en su prólogo. Lo leo porque es uno de los imprescindibles que decía Gloria en su lista, si no, creo que habría abandonado su lectura enseguida.

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